Una Mirada Psicoanalítica de la serie ¨Adolescencia¨: ¿Por qué es tan atractivo la misoginia en los adolescentes?

EL ANÁLISIS NO APLICA PARA TODOS LOS ADOLESCENTES

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Kevin Zhu | Mayo 5, 2025

Ciudad de Panamá, Panamá. — En los últimos años, y con justa razón, se ha hecho una crítica muy fuerte a la masculinidad tradicional. Esa idea del hombre fuerte, dominante, agresivo, invulnerable, que no llora, que no se quiebra, que siempre tiene que poder con todo. Una crítica necesaria, sin duda, pero lo que quedó después en muchos casos fue un vacío. Un montón de chicos que escucharon todo lo que no deben ser, pero que no encontraron una respuesta clara sobre lo que sí pueden ser. Se ha señalado lo que hay que deconstruir, pero no siempre se ha ofrecido una alternativa clara de cómo habitar el mundo siendo hombre hoy.


Frente a ese vacío, muchos se sienten perdidos, sienten culpa por cosas que no terminan de entender o se sienten juzgados simplemente por ser hombre, y en casa, muchas veces tampoco encuentran una guía. Por distintas razones, trabajos, estrés, desgaste emocional, o similares. Muchos padres no están presentes del todo, y cuando la crianza queda en manos de pantallas, esos chicos quedan a la deriva, vulnerables frente a cualquier discurso que los haga sentir vistos, validados o entendidos; y sin herramientas emocionales, sin espacios de diálogos, sin referentes cercanos que les muestren una masculinidad distinta, algunos terminan cayendo en discursos como el de los "Incel", que, al menos, les ofrecen un sentido.


Les dicen que su rabia es válida y que no están solos, y eso, cuando uno se siente abandonado, rechazado, ridiculizado o juzgado, puede ser muy atractivo, aunque sea profundamente peligroso; pero por más problemática que sea esta ideología, hay algo que logra hacer: validar el sufrimiento de muchos chicos.


Muchos movimientos, y con justa razón, han visibilizado injusticias históricas que han afectado profundamente a las mujeres, pero en ese proceso, algunos hombres han sentido su dolor descalificado, pero la verdad, hay hombres que sí sufren, chicos que no encajan en lo que se espera de ellos, no se sienten suficientes, que se sienten rechazados, abandonados, que viven solos, presionados, confundidos, que no saben qué esperan bien de ellos como hombres.



Si el único lugar donde alguien les habla de eso es un influencer misógino o un foro lleno de odio, bueno, allí es donde termina, porque, al menos, alguien les dice que tienen razón en sentirse mal.


Es importante hacer una invitación a que escuchemos más y juzguemos menos. Porque si cada vez que alguien intenta hablar de su dolor y lo único que recibe es burla o indiferencia, lo más probable es que se cierre, que se ponga a la defensiva, que se aísle, que empiece a acumular rabia y resentimiento, y cuando eso pasa, ya no hay espacio para el diálogo.


Esto no se trata de competir por ver quién ha sufrido más ni de negar ninguna lucha. Se trata de abrir una conversación más empática, donde el dolor de una persona no borre el de otro, donde podamos escuchar sin necesidad de invalidar, simplemente con la intención de entendernos un poco mejor.


Por eso creo que lo que necesitamos es una mayor conciliación. Empezar a tomar en serio las heridas que cargan muchos hombres sin descalificarlas ni minimizar lo que sienten. Porque si no generamos espacio donde todos podamos hablar sin miedo a ser juzgados, esos vacíos los van a seguir ocupando los discursos peligrosos; y esos discursos, en lugar de construir algo nuevo, solo alimentan más rabia, más odio, más aislamiento y más violencia.



La adolescencia es una etapa donde los hijos, poco a poco, empieza a soltarse de los padres, ya no dependen tanto de ellos como en la infancia, comienzan a buscar su propio camino y su propia forma de ver el mundo, es un periodo de descubrimiento, de mucha confusión, pero también de construcción.


El adolescente empieza a preguntarse quién es y dónde encaja, y en esa búsqueda de identidad, los adolescentes se ven influenciados por todo lo que los rodea: la familia, la escuela, la ley, la cultura en general les transmiten ideas sobre lo que supuestamente es valioso, deseable, correcto, lo que está bien ser y lo que no, pero no todos logran encajar en esos mandatos. Muchos adolescentes se sienten fuera del lugar, rechazados, invisibles o perdidos.


Hoy en día, las instituciones sociales son un fracaso, que, históricamente, han sido fundamentales en la construcción de identidad: la familia, la escuela y la ley. Durante mucho tiempo, esas tres instituciones sociales habían sido los pilares del desarrollo de cualquier persona. Eran los espacios donde se aprendían los valores, donde se enseñaban a convivir, a entender lo que se está bien y lo que está mal, a descubrir quién eras y en quién te podías convertir; pero hoy, esas instituciones están siendo desbordadas por la tecnología y el impacto de las redes sociales.


En la familia, por ejemplo, vemos a padres que, aunque no son malos, no logran entender a sus hijos, no los conocen de verdad, no saben qué hacen, qué les pasa, qué sienten, qué les gusta o qué temen. Hay amor, pero también hay una enorme distancia emocional.



En la escuela pasaba algo parecido, los maestros están completamente sobrepasados. Algunos ya ni siquiera intentaban comprender a los chicos, solo sobrevivían al caos diario. Otros fingían que estaban bien cuando en realidad no sabían cómo relacionarse con una generación que vive en un mundo que les resulta totalmente ajeno.


Y está la ley, se topan con un mundo violento donde no rigen las mismas reglas. Si antes, los chicos se formaban lo que había en casa, con lo que aprendían en la escuela o lo que la sociedad trataba de marcar como norma, hoy, el principal moldeador de identidad parece ser el internet.


Las redes sociales se han convertido en el nuevo escenario donde se juega el valor personal, la aceptación, el deseo, la visibilidad, la autoestima, y el problema es que esas plataformas están hechas para captar atención, para generar adicción, para llevar todo al extremo. Todo se vuelve binario: te gusta o no te gusta, eres popular o un perdedor; y, en ese entorno, cualquier adolescente que no encaja, que se sienta inseguro, solo o simplemente confundido pueden terminar cayendo, muy fácilmente, en discursos peligrosos.


Las generaciones de hoy en día crecen en una tormenta de estímulos, sin mapas, sin brújulas y con muy pocas manos adultas que sepan cómo guiarlos, porque las instituciones sociales que antes cumplían ese rol están perdiendo la batalla.



Esto no es con el fin de decir que ya no se pueda hacer nada ni caer en la nostalgia de que tiempos pasados fue mejor, no. Es para asumir que el mundo cambió, que los adolescentes están creciendo en un escenario totalmente distinto y que, si no nos tomamos el tiempo de entender ese escenario, de aprender cómo funcionan las redes, qué lenguajes usan, qué códigos circulan ahí, vamos a seguir llegando tarde como llegaron la familia, la escuela y la ley.


En la adolescencia, existe una necesidad enorme de encajar, de formar parte de algo. Si dentro del grupo de varones se cree que ser hombre es tener experiencia íntima, entonces muchos sienten que tienen que hacerlo, porque si no, quedan fuera. Por eso, muchas veces, esta inquietud en el adolescente no tiene tanto que ver con el deseo de tener relaciones en sí, sino con el deseo de pertenecer.


Cosas como pedir o compartir imágenes íntimas de mujeres, hacer comentarios sexualizados, contar con cuentas chicas estuvo, muchas veces, tienen poco que ver con el deseo real hacia esas chicas y más que ver con una puesta de escena para los otros hombres. No piden la foto para verla, la piden para compartirla.


No están con alguien por placer real, sino para contarlo después, para sumar puntos en ese ranking invisible que, supuestamente, te hace más hombre para ser admirado y aceptado por otros hombres. Porque en su mente, si no lo hacen, son menos.



Quizás lo que te hace "más hombre" no tiene nada que ver con eso, quizás eso lo único que estás haciendo es volverte alguien vacío o cruel, o simplemente alguien que no sabe quién es si no tiene la aprobación de los demás. Y quizás, ser más hombre hoy es aprender a decir que no a lo que no va contigo. Es elegir ser una buena persona antes que un buen "macho".


Muchos hombres no saben lidiar con sus emociones, les enseñan desde chico que había que aguantarse, que no se llora y que hay que ser fuerte. Se endurecieron tanto que, en muchos casos, se desconectan de sus emociones por completo.


Hay hombres que ni siquiera saben ponerle nombre a lo que sienten; y si no pueden nombrar lo que sienten, tampoco se puede entenderlo, ni mucho menos manejarlo. Entonces, cuando hay algo que frustra o duele, lo más fácil, o quizás, lo único que queda, es estallar; y cuando la ira es lo único que queda, tarde o temprano, algo se rompe.


Yo no creo que ser hombre signifique no sentir, no creo que uno se vuelva más fuerte por callarse todo. Al contrario, creo que no saber lidiar con tus emociones no te hace más hombre, te hace una persona más herida.


En cambio, cuando uno aprende a tratar con lo que siente, cuando se anima a mirar hacia adentro y empieza a entenderse un poco más, aunque cueste, aunque incomode, ganamos autocontrol y libertad, y nos volvemos mejores personas, mejores padres, mejores hermanos, mejores hijos, amigos y parejas.